Con motivo del concurso de Zenda #Historiasdenavidad, escribí este relato el 30/12/2022:










Augurios


El primero de esos hombres atraviesa la última colina cuando la luna es apenas un gajo invisible. No lo considera un augurio en sí mismo aunque disfruta de las analogías, de las metáforas: el nacimiento, la disolución de dos mundos. Ha viajado mucho, leguas de desiertos y de valles y de ríos. Ha cruzado Babilonia a caballo y ahora el caballo ha muerto. Por fin descansará, a la vista del estrecho mar. El hombre ha tenido que sacrificarlo porque se había roto las dos patas delanteras en las colinas, pero no comerá su carne. Lo ha sacrificado y se lo dejará a las bestias.


El segundo hombre llega al día siguiente o, mejor dicho, a la noche siguiente pues solo viaja cuando el sol se ha puesto y le es más fácil leer los sutiles movimientos de la estrella. Casi se tropieza con el jergón del primero, que duerme a pierna suelta envuelto en las pieles de cabra.

Salud, peregrino. Que Ahura Mazda me perdone por interrumpir vuestro sueño.

El primer hombre se incorpora sorprendido. Por oír una voz, por oírla en su propio idioma.

¿Sois parto?

Lo soy, aunque medo de corazón.

Somos hermanos pues. Vengo de Raghae.

Conversan durante la noche; comparten su pan y su agua.

¿Son estas las tierras de Hordos? —pregunta el primer hombre, al cabo.

Eso dicen. ¿Por qué lo buscáis?

No a él. Sino a uno que nacerá en el país de Hordos.

¿Uno que nacerá?

Los oráculos me hablan. Soñé con un cordero que caminaba sobre el mar. Me dijo: «Ve al país de Hordos».

El segundo hombre se queda en silencio, dudando sobre su propia misión, ahora. Decide hablar:

Yo persigo a una estrella. Una que bailó por delante del sol y que ahora crece. Es aquella.

Señala por encima de la cabeza del primer hombre, que se gira y ve una estrella brillante, la más brillante que ha visto en su vida y que por momentos parece danzar.

La sigo desde el inicio del año —agrega. Me anuncia una llegada.

El primer hombre no se sorprende. Se encoge de hombros y le ofrece al segundo la mitad de una manzana. Dice:

Ha de ser el mismo.

Deciden que continuarán el viaje juntos más allá del mar estrecho, la próxima noche, pues la estrella danza y danza hasta el amanecer, hacia la tierra, como si tuviera prisa por llegar.


El tercero de los hombres los alcanza una mañana y, del mismo modo que el segundo encontró al primero, los halla dormidos a la vera del camino. Son los camellos los que se detienen a olisquear los jergones de cabra. El tercer hombre viaja detrás de la recua, que va cargada hasta doblar el tamaño de las jorobas. No tardan en conversar, en descubrir que los guía un mismo destino.

La vieja profecía de Zarathustra: busco a quien guiará a la simiente de Jacob. He recorrido todos los desiertos del mundo. Le traigo dádivas: oro, bálsamos.

Como antes, deciden que unirán sus fuerzas:

Somos tres y tengo tres camellos dice el tercer hombre. ¿Podéis imaginar un augurio mejor?


Y al final, en el lugar mismo donde la estrella danzante toca tierra, dos leguas al sur de la ciudad de Jerusalén, se detienen a observar el milagro. La estrella ilumina el camino con luz de diamante, e ilumina la entrada de una gruta donde una pareja dispar, una mujer joven y un hombre entrado en años, trata de calmar el llanto de un recién nacido al que han acomodado en un cajón. La pareja observa a los tres hombres y a sus tres camellos, incapaces de adivinar que los trae a ese lugar perdido. Los tres hombres observan el milagro; cada uno ve la parte que le corresponde: el milagro de una estrella que eclipsará al sol, el de un cordero que caminará sobre las aguas y el de un hombre que guiará a todo el pueblo de Jacob. Y el milagro, sobre todo, del nacimiento.


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